Momentos felices, los que pasé corriendo por valles y montañas montado en mi veloz corcel. No conocía espacios ni linderos, mi mente flotaba en una eterna nube de fantasía… corrí siempre, … siempre muy veloz. Fueron los momentos más felices de mi infancia, nadie puso frenos a mí ni a mi caballito, éramos felices, formábamos un solo ser, ya que mi mente dominaba a mi cuerpo y nos considerábamos invencibles.
Me levantaba muy temprano y las horas en la escuela se me hacían interminables, no veía el momento de correr a buscar mi bello corcel, lo dejaba encerrado, temeroso de su escape, le hablaba al oído muy quedamente y le decía “espérame no me tardo” y el muy quedo asentía con su cabeza y un guiño de sus ojos yo siempre a lo lejos veía.
Corría al salir de la escuela, sentía una inmensa alegría cuanto estaba cerca de la casa, mi mama me llamaba a comer, de un solo golpe atragantaba mi comida y de un salto salía a buscar mi caballito, al llegar lo acariciaba, besaba y montaba de inmediato y luego salíamos los dos, caballo y jinete, en veloz carrera, nadie ni nada nos detenía, la brisa soplaba ferozmente sobre nuestros cuerpos y mientras más corría más intensa era la brisa y más feliz yo me sentía.
Perdía la noción del tiempo, pasaba horas y horas cabalgando y en mi atropellado cabalgar, mi mente en blanco se quedaba. Al atardecer cansados y aturdidos, jinete y caballo, se posaban sobre al porche de la casa; mi madre ignorante de mi felicidad, reclamaba mi tardanza, pero, qué me importaba, yo evadía sus reclamos y en veloz carrera entraba a la casa. Mi caballito me veía con inmensos ojos grandes y una sonrisa escapaba de sus labios regordetes, éramos cómplices de momentos felices.
Mi más triste realidad, era la noche cuando al llamado de dormir, recogía mi caballito y lo acomodaba muy tiernamente debajo de mi cama, pues, era solamente mi “caballito de palo”.
Margara/Cuenca/Ecuador/17/07/2020
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