La civilización occidental y en particular la judeocristiana, ha mostrado interés por interpretar la historia como un continuo evolutivo, capaz de perfección, por lo cual ha sido proclive a la búsqueda del paraíso perdido, primero desde el recuerdo y la añoranza por un pasado irreversible e irrecuperable y ahora en una búsqueda alimentada por sueños e ilusiones de un futuro más gratificante.
Para los pensadores y filósofos del cristianismo la idea del progreso es el fruto de un plan divino, de la creencia y la convicción mesiánica, que surgen desde los comienzos de la misma humanidad, atendiendo a lo preestablecido en los planes divinos. Si en el Medioevo la vida terrenal no era más que un paso breve rumbo a la eternidad, esta idea fue relevada por la búsqueda de la realización personal y y la satisfacción de ciertos placeres y realizaciones personales. Entonces una pléyade de nuevos pensadores y filósofos proponen la búsqueda del paraíso perdido aquí en la tierra, pleno de realizaciones, complacencias y goces. La gran cosecha de estas ideas se evidencia en la forma como a partir del Renacimiento, se construye una larga lista de paraísos perdidos como la Ciudad de Dios y la Utopía como posibilidades de un mundo mejor, alcanzable durante el trascurrir de la propia vida y en nuestro propio entorno.
La estructura y el propósito de esas utopías, como expresión de la confrontación entre los anhelos subjetivos y una realidad que no se quería admitir, sufren de nuevo una modificación con la aparición del racionalismo y la Ilustración, si antes eran artificiosas, fantásticas e irrealizables, ahora contienen la posibilidad de ser realizables, viables, amparadas bajo la égida del concepto de progreso, que se incorpora para reemplazar la nostalgia por el pasado y el paraíso perdido. Entonces la meta no se logra tratando de darle vigencia al pasado, esta se logra de cara al futuro, a partir de una idea, proyecto o propuesta que permite concretar, en forma práctica y plena, la esperanza que se tiene para el futuro.
Entonces las nuevas religiones de nuestro momento histórico, el progresismo y el desarrollismo, sustentadas en el desarrollo de los medios y procesos productivos, nos hicieron creer en el poder de las ciencias y tecnologías. Pero esas ideologías, carentes de espíritu y conciencia, acabaron como esclavas de la depredación, la opresión y la guerra y no a favor del humanismo. Bajo ese direccionamiento el progreso no es más que la evolución hacia el desastre, porque los intereses éticos y políticos de la especie humana, han sido víctimas de la felonía de la ciencia y la tecnología.
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